23/9/12



Una lágrima de café moccha


–Viajaron nueve mil kilómetros y prefieren ver a Mickey antes que a su propia hija.
La confesión quebró el ruido de treinta máquinas lavando ropa. El laundry no era el mejor lugar para improvisar una sesión de terapia pero no siempre se tiene a mano un diván. 
–¿A quién se le ocurre ir dos semanas a Disney y cuatro días a Nueva York? 
–Es como si te quisieran evitar.
El lavarropas escupió un ruido seco. Saqué las medias y las olfateé. Tenían olor a chivo pero no había más Skip. Las llevé al secador y puse las manos sobre el vidrio para sentir algo de calor. Las medias, ahí adentro, parecían psicodélicas. Ella miraba el centrifugado para engañar los lagrimales.
–Vayamos al Soho o a Washington Square. Hagamos la nuestra.
–¿No vamos a ver si están en el hotel? –le pregunté.
–Recién me escribieron que se van al Rockefeller porque se les hace tarde. 
–Pero si ya estamos saliendo.
–¿Te das cuenta? Ni una hora me pueden esperar.
Mejor seguir el recorrido de la media beige fundiéndose con la verde musgo. Los impresionistas se deben haber inspirado en el centrifugado de un secarropa, pensé. Agarramos los pares de medias y corrimos hasta casa para disimular los quince bajo cero que hacían en Queens.
Cerramos la puerta y cruzamos un charco de cartas. Un sobre dorado de Starbuck’s flotaba en el pasillo de entrada. Estábamos solos en Nueva York pero al menos sentimos que nos escribía una multinacional. 
–No, no es para nosotros. Es para el Baca.
–¿Y por qué le escribe Starbuck’s?
–Hoy es su cumpleaños. Le regalan un vale por cualquier café.
Nos pusimos rápido las medias recién secas. Al segundo, estábamos en el subte yendo a Manhattan. Habrá diez mil Starbuck’s en la ciudad pero el de Washington Square era el único que habíamos domesticado.
Miramos las mil variedades de café. No dudamos.
–Elegí el más caro –me codeó ella.
–Quiero un café moccha extra large –pronuncié en un inglés muy top.
Oh! Happy birthday!
Nos sentamos en unos sillones de cuero frente a la ventana que daba al parque. El Arco de Triunfo en el centro de la plaza temblaba de frío. Nada mejor que cafeína hirviendo mientras afuera la ciudad pareciera mendigar un abrazo. La lengua quema con sabor a café moccha.
–No me sale ni llorar.
–Deberías. 
–¿Por qué tenían que venir? En estos tres meses nunca los extrañé.
Un sorbo de café: el chocolate derretido, la espuma de leche, el toque justo de canela.
–Pobre Iñaki. Si se enterara.
–Si voy a ser huérfana, tengo que ser bien guacha.
–Vayamos al hotel. Al menos así los puteás. 
El lobby del Hilton de Times Square tenía un aire a cabarute. Una bola de boliche colgaba del techo y en el centro se erectaba un caño de metal. Nadie bailaba.
–Mandales un mensaje así bajan.
La pantalla arriba del ascensor pasó de “Floor 26” a “Lobby” en menos de lo que hubiéramos querido. No tuvimos ni tiempo de taparnos los agujeros de las medias. En frente mío, una mamá bronceada con musculosa de GAP se quedó con los brazos abiertos al lado de su hija.
–Dejame que te explique. No es lo que pensás.
Los gritos duraron cinco minutos. Salimos del lobby sin poder dar un portazo: las puertas giratorias de los all inclusives no son aptas para el melodrama.
Vi cómo en su cara pálida se reflejaban los carteles de Sony y Toshiba que iluminaban Times Square. Nos tomamos el subte antes de que oscureciera. Mientras una voz monótona repetía las estaciones que faltaban para llegar a Queens, mordíamos las lágrimas para pasar desapercibidos: no fuera cosa que nos quisieran robar.
Antes de bajarnos del vagón, lamí una gota. Tenía gusto a café moccha.

9/9/12


Un porro con Lolo

 
–Nunca digas dónde vive un artista, ¿vos sos idiota?
–Nos vamos a un corte y ya volvemos.
Plano detalle del micrófono que se apaga.
Primer primerísimo plano de Lolo. Sus encías inflamadas. Los dientes que aprietan. Se le notan dos caries en las muelas.
–¿Cómo carajo se te ocurre decir mi dirección al aire?
–Gordi, soy una idiota, sabés que no me funca, pero es una radio chica, don’t worry.
–Rajá si no querés que te mate. Pará, pará, dejá lo que prometiste. Yo gratis no doy entrevistas y menos en mi casa.
Una panorámica muestra el semipiso de Lolo. La humedad mastica una pared. Adelante, una guitarra Fender con calcomanías de los Looney Tunes. Más allá, un holograma que, si lo mirás de un lado, es Jesucristo, pero del otro es la Virgen María.
Sonido en off: el ruido de los tacos de la periodista y después un portazo.
En un sofá del departamento, dos teens siguen sentados en frente del artista pop.
–Encima la pajera trajo este budín horrible –arquea la teen número 1, con asco.
Lolo lo agarra y lo tira por la ventana que da al patio interno. Viene después una de esas cámaras re locas que van de un plano general largo hasta los grumos de un budín marca Coto.
–Tanto insulto me dejó pensando –filosofa el teen número 2–. ¿Y si mejor nos fumamos un churro?
Un olor a porro invade la pantalla aunque el cine tenga todo menos olfato.
–Esto sí que es Miranda, mi amor –Lolo derrama una risa entre señales de humo.
–¿Trajo bastante?
–Una miserable. Encima que publica dónde vivo, resultó ser re rata.
Plano detalle del celular del teen 2 que lee un mensajito de la número 1: “Sacame de enfrente lo que dejó la boluda esa. Ya sabés”.
–Se lo regalaría a Celeste pero está para atrás –confiesa Lolo.
–¿Celeste Cid? –la teen 1 devela su carácter groupie.
–Se rescató hace poco. Es divina, cuando era chica, era una de las que me quería coger. Pero tiene este talón de Aquiles.
–Yo leí que la mina se hace cargo de la familia desde que es nena y eso te crea un quilombo en la cabeza.
–Es parte de moverse en el medio, yo también caí tres años. Por eso admiro a Calu. Pero, ¿sabés por qué Calu Rivero la lleva re bien? Porque la mamá cuando la criaba tenía una pieza donde había plastilina, telgopor, goma eva para recortar. La incentivaba, ¿entendés?
–De eso depende el cambio del mundo –sigue en trance metafísico el teen 2–. De que tus viejos sean unos genios.
–Yo con Celeste ya casi no puedo hablar, desde que dejé –Lolo aprieta los pulgares en sus calzas de cuero–. Me quema la bocha la gente que sigue en el bardo. Cuando me vienen a hablar, les digo que tengo un problema de audio.
–Mejor hablemos de las tetas de Calu.
–Yo paso al baño.
Teen 2 hace pis sentado porque no quiere mojar la tabla de un inodoro de Recoleta. Escucha un grito. Sigue meando. Unos ruidos. Se limpia rápido. Lee tarde el mensajito en su celular: “No vayas al baño, no me dejes sola. Soy re manija. Ya sabés”.
La escena parece una réplica fumanchera de La Piedad. Lolo es la Virgen María. En sus manos, sostiene a una Jesucristo con minifalda de Complot, que chorrea sangre de la nariz.
–Yo le dije que no, que le iba a regalar todo a Celeste, la puta madre.
Se huele el olor a sangre sobre la mesa el sofá el piso la guitarra la pared.
Una elipsis de esas que te dejan re mareado. Lolo grita en la guardia del Hospital Alemán.
–Pará, ¿vos sos el que tocaba en Miranda?
–Dame un turno ya, ¿no te das cuenta que se me muere la piba?
–Quince minutitos y la atienden.
Tres adolescentes de 22, 23 y 41 años miran el vacío en un pasillo repleto de fans.
La cámara se aleja pero el cartel The End nunca aparece.
El editor también se había fumado un porro.